La producción de cacao representa una alternativa para los agricultores familiares de pequeña escala en la Amazonía. Sin embargo, actualmente carece de los niveles técnicos requeridos para ser una opción rentable. La baja productividad lleva a muchos productores a realizarla, afectando los bosques.

El limitado acceso a servicios técnicos, insumos y crédito explica, en parte, esta situación. Los altos costos de transacción impiden el desarrollo de una agricultura rentable. Por ejemplo, en el cultivo de café, el 25% de los cafetaleros fertiliza, mientras que, en cacao, solamente el 12%. Menos del 10% accede a financiamiento. Así, la mayor demanda por café y cacao «la paga» el bosque. La deforestación puede detenerse y revertirse con intervenciones que fortalezcan un mercado de servicios débil, como la tecnología, asesoría o gestión.

Internacionalmente, se promueven emprendimientos con millonarias inversiones que buscan reemplazar el cacao del chocolate o producir café sin granos, justificándose en la presión de los cultivadores sobre los bosques. Sin embargo, sería más barato invertir en ellos para aumentar sus rendimientos; habría mayor producción en el mismo espacio sin deforestar.

La producción mundial promedio es de 500 kilos por hectárea, y la capacidad biológica de una planta es de hasta 4 toneladas por hectárea; podríamos producir 8 veces más cacao sin cortar un solo árbol. En Perú, en Tocache, hay quienes producen entre 3 y 3.5 toneladas por hectárea.

También hay iniciativas que fomentan el uso de alternativas de abonamiento. Los abonos son mejoradores del suelo, mientras que los fertilizantes reponen los nutrientes que la planta ha utilizado. El humus o el compost son abonos que mejoran la capacidad catiónica del suelo, lo cual ayuda a que los fertilizantes sean más efectivos, pero no los reemplazan. Los fertilizantes químicos y minerales seguirán siendo necesarios para alimentar a la humanidad.

Igualmente, las restricciones de la Unión Europea a bienes que provienen de bosques no manejados pronto entrarán en vigor. Aún hay tareas por resolver para cumplir con estas, como la adecuación del sistema de propiedad de la tierra o mecanismos y procedimientos para la geolocalización y trazabilidad. Más importante aún, quién pagará por ello. Pretender que la inversión sea cubierta por una mayor productividad no es equitativo. Todos los miembros de la cadena, incluidos los consumidores finales, deberían asumir este costo.

No obstante, si las prácticas agrícolas no cambian, la deforestación continuará, con trazabilidad o sin ella. Existen múltiples soluciones técnicas; el desafío es hacerlas accesibles para el productor. Invertir en desarrollar cadenas de colaboración y reducir los costos de transacción entre agentes del mercado es imprescindible.